El porno, un «arte» violento

A raíz de escuchar gente argumentando que el porno es solo un arte, y tildando a las abolicionistas de “censuradoras” –o peor, de frígidas que no saben lo que es disfrutar la sexualidad- me pareció importante compartir este lado de la industria que no pueden maquillar, así que ocultan. Fragmento de “La industria de la vagina”, de Jeffreys.

La producción de la pornografía

A pesar de la determinación de sus defensores, quienes sostienen que la pornografía es discurso y fantasía, niñas y mujeres reales tienen que ser penetradas para producir pornografía. Ellas consumen drogas para tolerar el dolor y la humillación; ellas sangran. La pornografía tiene los mismos efectos físicos nocivos en la salud de las mujeres que cualquier otra forma de prostitución, efectos tales como sus vaginas y anos desgastados y un dolor considerable (véase Holden, 2005). Esto incluye daños físicos provocados por las enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, abortos, infertilidad, enfermedades en el tracto reproductivo que conducen a complicaciones en períodos posteriores de la vida y daños psicológicos (Farley, 2003). A pesar de que en la década del noventa muchos actores porno hayan descubierto que eran portadores de VIH y hayan pasado el virus a otros en el set de filmación, muchas películas pornográficas aún se hacen sin usar preservativo. Entre los daños que sufren las mujeres se incluyen infecciones en los ojos, debido a que los hombres eyaculan en sus caras (Dines y Jensen, 2007). Las mujeres metidas en estos peligros suelen ser muy jóvenes, de dieciocho años o menos, extremadamente vulnerables, por lo general sin hogar, con historias familiares problemáticas, provenientes de familiar con las que no pueden contar y sin dinero para vivir (Lords, 2003; Canyon, 2004).

Quienes lograron fortunas a partir de la explotación de niñas y mujeres en la pornografía pueden ser bastante francos respecto de los daños involucrados en esta práctica. Así, Rob Stallone, que dirige Starworld Modeling, un negocio de pornografía y de acompañantes en los Estados Unidos, dice: “¿Si una chica de entre dieciocho y veinte años se arruina la vida si hace esto? En el 90% de los casos, sí. Ganan 1000 dólares por día y cuando dejan el negocio no tienen ni veinte centavos” (citado en Hopkins, 2007). También explica que, al principio, el dinero les parecía maravilloso a las chicas jóvenes y vulnerables que nunca habían tenido dinero alguno: “Jóvenes desconocidas pueden entrar al negocio y ganar 1000 dólares por seis horas de trabajo y hacer lo mismo al día siguiente. Ganan 30 mil dólares por mes y rápidamente se compran buena ropa y un auto ostentoso” (Ibíd.) Sin embargo, Stallone admite que muchas jóvenes caen en las drogas y se dan cuenta de que es difícil obtener otro trabajo cuando han trabajado en pornografía y ya no quieren hacerlo más; no pueden mostrar a pospotenciales empleadores un currículm vítae que solo muestre experiencia en pornografía. Esto representa una paradoja difícil para las jóvenes estrellas del porno. Para tener trabajo, tienen que hacer cosas cada vez más osadas y, si bien esto es mejor pago, también disminuye su atractivo para futuros trabajos y tiende a acortarles la carrera. Una actriz firma la entrega de su imagen por 1200 dólares y el dinero lo ganan quienes la venden y distribuyen, ya que lo que empieza como una escena puede ser reeditado en un sinfín de películas de compilación o subido perpetuamente a Internet. Durante una entrevista sobre su trabajo en la industria, una actriz porno se quejó de la falta de preparación para el poco trabajo que hay: “En el cine para adultos no hay capacitación. En otros negocios con algún tipo de riesgo, hay capacitación. Si estás trabajando en los muelles de Long Beach, hay clases sobre seguridad. No hay nada como eso en esta industria” (Ibíd.)

Es cada vez mayor el número de biografías de estrellas porno disponibles que da información sobre las condiciones de ese trabajo, a pesar de que parecen escritas para los consumidores de pornografía y rara vez son críticas de la industria. En una de esas biografías, Rafaela Anderson, una ex estrella porno europea, da una descripción útil de lo que implica la producción de porno para las jóvenes que son explotadas en el proceso:

“Tome a una joven sin experiencia, que no hable el idioma, que esté lejos de casa, durmiendo en un hotel o en el set. Sométala a una doble penetración, un puño en la vagina, más un puño en el ano, a veces al mismo tiempo, una mano en el culo, a veces dos. Luego usted recibe a una niña llorando, que orina sangre a causa de las lesiones y además se caga encima porque nadie le explicó que necesitaba un enema […] Después de una escena, que las jóvenes no pueden interrumpir, ellas tienen dos horas para descansar” (citado en Poulin, 2005).

Richard Poulin reconoce estos graves daños y llama a la pornografía “estatización de la violencia sexual”.

Las biografías de las estrellas porno sugieren que las jóvenes que se involucran en el negocio ya están bastante golpeadas por un pasado de violencia sexual. Así, la famosa estrella porno Traci Lords, quien revela en su autobiografía que comenzó su breve carrera en la pornografía a los quince años, fue violada a los diez años por un joven de dieciséis (Lords, 2003). Después fue abusada sexualmente por el novio de su madre. Y apenas después de haber cumplido quince años, quedó embarazada de un joven de diecisiete años y se fue de casa en busca de dinero para realizarse un aborto y encontrar un lugar donde vivir. Finalmente, fue el ahora ex novio de su madre quien “la ayudó”: la introdujo al mundo de la pornografía. La llevaba en el auto al et y tomaba el dinero. Fue inducida rápidamente a consumir cocaína, que era moneda corriente en los sets de filmación. Al principio, hacía sesiones de fotos mientras su proxeneta se masturbaba con entusiasmo al costado del set. Fue contratada por Playboy cuando todavía tenía quince años. A los dieciséis, estaba viviendo con un adicto golpeador que la presionaba para que hiciera pornografía dura “en vivo”, ya que de otro modo no obtendría el trabajo, y así fue como ganó 20 mil dólares por hacer 20 películas. En una de ellas, hay un grupo de mujeres, entre las que se encuentra ella, que son golpeadas y que pretenden ser ponis para una compañía japonesa. Lords comenzó a hacer strip-tease en el Teatro O’Farrell a los dieciséis años.

Otra estrella porno, Christy Canyon, entró en la industria a los dieciocho años y tuvo que firmar documentos en los que se le preguntaba si hacía “anales” o “gangbangs”, y si había alguna parte de su cuerpo donde ella no quería que eyacularan (Canyon, 2004). Dijo que solo quería aparecer en revistas, es decir, hacer sesiones de fotos. Tres días más tarde, la agencia que la contrató la mandó al set de una película de pornografía dura. Canyon describe a su proxeneta como una figura paternal y como el único apoyo emocional o económico que recibió. En estas biografías de estrellas porno, la historia común es que las jóvenes son adolescentes desesperadas por el dinero, en general sin un hogar y con baja autoestima o poco apoyo emocional. Se las presiona rápidamente para hacer películas hardcore, que en un principio rechazan; sin embargo, si no aceptan, cuando se les termina el dinero, vuelven a la calle.

La crueldad de las prácticas en las que se ven obligadas a participar, así como el odio hacia las mujeres que las películas porno representan, se ve con claridad en las descripciones y reseñas de las películas que se encuentran en el sitio web Adult Video News. La descripción de una película estrenada en AVN en 2005 muestra la crueldad que se pone en juego cuando se prostituye a una mujer que resiste una extensa penetración anal doble:

“Autrey, la chupapijas, aviva el ambiente hasta niveles inimaginables, con energía ciega y superpoderosa, recibiendo múltiples pijas […] dos o tres al mismo tiempo, por la boca, por la concha y por el culo durante las mejores partes de una hora bien caliente.

‘¡Dios mío! ¡Llénenme como a una puta desesperada!’ pide a todos y cada uno. Explosiones de calentura depravada le corren el recargado maquillaje, y su bonita cara parece la de Alice Cooper. Autrey incluso marca un nuevo récord porno (que son siempre sospechosos) de duración de los anales dobles: 18 minutos (dejando atrás, me dicen, el antiguo récord de 17 minutos de Melissa Lauren).

La escena fue rodada por los incansables Jim Powers y Skeeter Kerkove, quien exuda alegría pura durante la producción del film porno. ‘¡Mira a ese doble anal!’, exclama con entusiasmo en un momento dado, con la alegría de un niño en una tienda de dulces. ‘Esto es mejor que unas vacaciones en Camboya’” (Adult Video News, 2005).

Documentales sobre la industria del porno

Nota recomendada: Hardcore: El documental que retrata la humillación y violencia de la industria pornográfica

Trailer de Hot Girls Wanted, disponible en Netflix.

Trailer de Lovelace: Garganta profunda

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